Se nota que ha llegado el otoño. No es que haga mucho frío todavía, pero sí el suficiente para que sea agradable acurrucarse en un lugar calentito de la casa, y cual mejor que el escritorio de mi compañera humana: La Escritora.
Ella es friolera, mucho, casi tanto como yo, y siempre mantiene templada la zona de su escritorio. Ventanas cerradas, el sol entrando a raudales a través del cristal... y en invierno, cuando el frío es más crudo, enciende siempre la chimenea antes de sentarse a teclear.
Ha colocado una cuna mullida sobre la mesa, justo al lado del teclado. Cuando por fin entendió que yo quería mi propio asiento a su lado, eso nos facilitó mucho la vida a las dos. Antes me sentaba sobre ella, sobre sus papeles, sobre el teclado... (sí, a veces yo también quería poner mi granito de arena en sus novelas) Al final ella se irritaba y yo estaba incómoda. Menos mal que la muy humana al final entendió lo que para todos es obvio: yo necesitaba un sitio, mi propio lugar en el mejor sitio de la casa...
Me gusta el sonido de las teclas, el olorcillo suave del incienso, y también cuando me deja probar el tazón de leche caliente que se prepara para empezar el día.
Puedo pasarme todo el día a su lado, sólo cambiando un poco de postura de vez en cuando y ronroneo cuando ella, distraída, me pasa la mano por el lomo o me acaricia detrás de las orejas.. Hummmm... ¡eso me gusta mucho!
Sospecho que a ella también le gusta tenerme así. Hemos llegado al acuerdo de que yo no interfiero en sus escritos, pero de vez en cuando, me deja el ordenador encendido y yo dejo pasear mis almohadillas por las teclas un rato. Así le dejo mensajes.
¡Huy!, creo que ya vuelve... a ver... ¿cómo era esto? Ah, sí... guardar, publicar... ¡Listo!
Menuda sorpresa le espera cuando vea mi pequeña reflexión entre los post de su blog ¿le gustará?
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